El león y la domadora

Desde antes de Un señor muy viejo con unas alas enormes, ya Heidi y Rolf habían empezado a insistir en que yo debía escribir una obra para Mapa Teatro. Al principio, con toda sinceridad, pensaba que se trataba de una broma y les decía que pasar de Cortázar, Beckett y Müller a un vulgar Rodríguez era como dar un salto mortal sin red de protección. Pero resultó que no bromeaban. Era en serio. Y tanto insistieron que, más por complacerlos que por el real deseo de escribir, empecé El León y la Domadora.

El punto de partida de ese texto fue una pequeña noticia que encontró Heidi en un periódico. Ella tiene el don de hallar noticias curiosas, susceptibles de ser teatralizadas. En este caso, la información se refería a una domadora de leones cubana a la que, durante el nefasto “Período Especial” (principios de los años 1990) en que la población de la isla apenas tuvo que comer, se le murieron los leones con los que trabajaba. Por ese motivo, la artista tuvo que conseguir trabajo en un circo extranjero y dedicarse a domar fieras ajenas. A su paso por Colombia, la domadora había intentado obtener asilo político, pero se lo habían denegado. La noticia era tan alucinante y a la vez tan desgarradora, que fue perfecta como estímulo para empezar a crear.

Antonio Orlando Rodríguez

 

Dos personajes, emigrantes y soñadores, se marchan de su tierra en busca de prosperidad y fortuna, pero como toda expatriación regida por un sueño, sus vidas se debaten desde el principio entre la realidad de lo que abandonaron y la quimera de lo que puede ser.

Revista Suburbia, marzo de 1998.

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